Diseño
El iQ no se parece prácticamente nada
a otros modelos. Cuando en 2008 se presentó en el Salón de Ginebra,
Toyota lo vendió allí como "un coche de tres plazas con maletero" y
lució una nueva distribución del navegador y la consola dentro del
salpicadero. Una vez en el mercado se ha confirmado que
su orientación es puramente urbana.
Resulta extraño comprobar cómo en un coche en el que debes jugar al
tetris para colocar tu equipaje haya
espacio de sobra entre piloto y
copiloto. El lema parece ser "ir cómodos, pero tampoco muy
lejos".
Interior
El acceso a la plaza del conductor no
es incómodo porque la altura del coche es incluso superior a la de
otros más largos como un Suzuki Alto. Una vez dentro, y por más que
busquemos, no podremos configurar la altura del asiento porque el
ajuste no existe, ni como opción ni como extra.
Tampoco el ajuste del volante en
profundidad es posible en el iQ. El cuadro de mandos
consiste en dos marcadores para la velocidad y las revoluciones (el
primero mucho más grande que el segundo). Además, hay un pequeño
recomendador de cambio de marchas también incluido de serie, control
de estabilidad y, en nuestro caso, asientos de tela y cuero
calefactables con un sobrecoste de 750 euros.
Comportamiento del motor
Comprobando la ficha técnica la cosa
pintaba divertida. Un motor
gasolina 1.0 con 68 cv de potencia, cambio manual de cinco
marchas y un depósito que a duras penas llega a los 30 litros de
capacidad. En ciudad, donde la utilización del iQ será por lo
general mayoritaria, la capacidad
de giro es su punto fuerte. En cuanto a comodidad de
utilización, el único punto débil que hemos encontrado es que la
suspensión trasera es excesivamente incómoda cuando hay baches. En
cualquier caso, es un defecto a asumir, ya que cualquier
irregularidad se nota más al volante ya que circulamos mucho más
cerca de los ejes.
Un largo viaje
Comprobar las virtudes del iQ en
ciudad parecía algo fácil, así que decidimos sacarlo a la autopista
y recorrer más de 1.500 kilómetros por autovías y autopistas, donde
la velocidad media fue de unos 100 kilómetros por hora. Esto no
quiere decir que circuláramos casi siempre a esa velocidad, sino que
en repechos y pendientes prolongadas la velocidad caía
drásticamente, obligando en muchas de ellas a reducir hasta la
tercera marcha y perder por completo la media de velocidad.
En el iQ se pude circular rápido si
la carretera es totalmente llana o cuenta con una ligera pendiente
hacia abajo. Aunque la ficha técnica fija la
velocidad máxima en 150 km/h, el iQ es capaz de superar esa cifra en
ocasiones puntuales. El depósito de combustible nos ha
permitido hacer etapas más o menos normales. Llenándolo hasta que la
manguera del surtidor saltó por primera vez (es decir, casi lleno),
en la primera de ellas pudimos hacer cerca de 400 kilómetros hasta
que entró en reserva de nuevo (que por cierto,
no tiene un aviso acústico).
El consumo medio fue de 5,1 litros, con lo que gastó en total 20,4
litros (el depósito nos costó llenarlo unos 22 euros desde que entró
en reserva). Aunque en autopista el consumo medio sea éste,
el iQ puede consumir mucho menos.
De hecho, conseguimos bajarlo en un viaje de 30 kilómetros entre
poblaciones por carreteras en las que no se podía superar los 90 km/h.
A una velocidad siempre legal, el indicador marcó al final del
trayecto 3,8 litros. Si las matemáticas no fallan, el viaje pudo
hacerse con tan sólo 1,14 litros.
Y aunque no es lo típico de estos
vehículos, es de recibo reconocer que
el iQ es un coche seguro
activamente (control de estabilidad de serie)
y también pasivamente
(nueve airbags incluidos). Sobresaliente en protección de adultos y
seguridad interior.
Resumen
Después de un viaje tan largo con un
coche tan pequeño, la conclusión que podemos sacar es que el iQ es
un coche de verdad con un motor pequeño. Toyota tiene a la venta
otra motorización 1.3 con 99 cv (que todavía no hemos probado) que
aunque permitirá una comodidad total en carretera, pone su precio
con extras por encima de los 15.000 euros. La motorización más
básica es satisfactoria y su precio, aunque algo elevado, merece la
pena pagarlo.