¿Puede la infidelidad salvar nuestra pareja? ¿Es un concepto
cultural? ¿Los motivos son distintos para hombres y mujeres? Estas
páginas responden a una serie de preguntas tan antiguas y morbosas
como todo lo que flota alrededor de la pareja, sus relaciones y el
sexo.
En las montañas alrededor del lago Lugu, al suroeste de China,
viven desde hace unos dos mil años una etnia de 40.000 personas, los
mosuo, que no practican el matrimonio. Las familias están dominadas
por las mujeres y sus hijos, que viven sin ninguna preocupación
sobre quiénes son sus padres biológicos. Las madres adoptan a otros
niños y ocupan el espacio de los hombres. "La mujer puede tener los
amantes que quiera, muchos o pocos, sin que sea estigmatizada, ya
que todos los hijos pertenecen a la comunidad, y los que adoptan
adquieren el nombre de la línea maternal", detalla a El País
Semanal la antropóloga social Judith Stacey, de la Universidad
de Nueva York.
Las mujeres mosuo, que visten tradicionalmente hermosos quimonos
de seda con sombreros de los que cuelgan collares, dejan perplejos a
los occidentales, según recoge Stacey en su libro Unhicthed
(traducido como Desenganchado, New York University Press). El
sexo y la familia están separados por una barrera estricta. A los 13
años, las chicas reciben en una ceremonia de iniciación lo que en el
dialecto mosuo se llama "cámara de flor", un dormitorio donde ellas
pueden invitar, recibir o rechazar a los amantes. Los chicos tienen
su ceremonial, aunque no reciben ninguna cama, sino la bendición
para que puedan establecer sus propias relaciones, o practicar el
tisese: elegir a cualquier mujer, tener varias amantes y visitar
su cámara de las flores siempre que ellas lo permitan.
El sexo nocturno es un asunto privado. Durante el día, los
hombres trabajarán, comerán y colaborarán con las familias que hayan
ayudado a crear si así lo desean. La flexibilidad es absoluta.
"También hay parejas exclusivamente monógamas, y los hombres pueden
formar sus propias familias aparte. Es un ecosistema sexual
igualitario", dice Stacey.
Esta investigadora supo de la existencia de los mosuo en
1995 y 12 años después estudió su sistema familiar. Los precedentes
aireados en televisiones como la ABC o programas como Lonely
planet hablaban de una sociedad promiscua donde los hombres eran
poco menos que sirvientes sexuales y donde se animaba a las mujeres
a tener amantes. En vez de ello, Stacey encontró familias donde sus
miembros eran básicamente felices y convivían en armonía en una
sociedad sin padres, papel comúnmente ocupado por tíos y hermanos.
Los mosuo se enfadan cuando se les tacha de promiscuos por la
industria turística y el Gobierno chino, que ha perseguido su modo
de vida. Su maltrecha fama ha atraído el turismo local a esta
bellísima región cerca del Tíbet, entre las provincias de Yunnan y
Sichuan, y lo que es mucho peor, al turismo sexual: las prostitutas,
venidas desde otras regiones de China, se visten con los trajes
locales para recibir a los clientes. El daño traído por los
prejuicios culturales puede ser a veces tan destructivo como las
armas. Como explica Stacey, los mosuo no conciben el matrimonio. Y
eso no tiene por qué ser malo o terrible. "La fidelidad o la
infidelidad no existen. Tampoco el divorcio, la soltería, ni el
hecho de quedarse viudo".
En el resto del mundo, la infidelidad se interpreta como
traición. Teclee esta palabra en la Red y surgirán agencias de
detectives ofreciendo sus servicios a maridos o mujeres engañados.
¿Es más frecuente ahora que en el pasado? Stephen Fife, profesor del
departamento de Terapia familiar y Matrimonio de la Universidad de
Nevada en Las Vegas, comenta ciertas inconsistencias en un informe
extraído de diversas publicaciones científicas. La incidencia del
sexo fuera del matrimonio varía entre un ridículo 1,5 hasta el 50%,
según qué encuestas se manejen.
El sexólogo Alfred Kinsey concluyó en los años cuarenta que uno
de cada dos hombres casados y una mujer de cada cuatro cometen
adulterio alguna vez en su vida. Algunos investigadores sugieren que
la infidelidad creció durante las dos grandes guerras mundiales y a
su finalización, mientras que otros no están de acuerdo. En
cualquier caso, la infidelidad no amenaza exclusivamente al
matrimonio. Aparece también en las parejas no casadas, sexualmente
activas entre los 16 y los 45 años. Los norteamericanos serían los
más infieles (el porcentaje de los que admiten haber tenido sexo
fuera de su pareja es de un 50%), seguidos de los británicos (42%),
alemanes y mexicanos (40%), franceses (36%), y finalmente, los
españoles (22%). Los adolescentes también se suman al engaño sexual:
tailandeses, norteamericanos, griegos, checos y británicos.
¿Qué hay más allá de estos porcentajes? Los motivos que empujan a
la infidelidad suelen ser distintos en el hombre y la mujer. Judith
Stacey ha investigado las relaciones entre matrimonios, incluyendo
además parejas de gais y lesbianas. Entre hombres y mujeres
persisten las diferencias sexuales. "Por término medio, los hombres
son más capaces que ellas a la hora de separar el sexo de las
emociones, y en general, ellos tienen más compañeros sexuales. No
están satisfechos con la monogamia". El hombre sigue siendo más
infiel, se obstinan en decir las estadísticas. Pero no hay que
olvidar que por cada hombre infiel, hay una mujer que se arriesga.
"Lo que ha cambiado en los últimos treinta años es que hay muchas
más mujeres que participan en aventuras sexuales extramatrimoniales.
La evidencia sugiere que ellas son más propensas a hacerlo cuando
están descontentas con su matrimonio", indica Stacey. Los hombres
buscan aventuras sexuales incluso cuando están satisfechos con el
sexo de su matrimonio. Lo hacen simplemente por que les excita. "Por
término medio, ellos son más capaces de tener sexo anónimo que las
mujeres. A veces ni siquiera ven a su compañera. Puede ocurrir en un
servicio".
Para muchas mujeres, estas afirmaciones suenan quizá como
un estereotipo en el que no encajan. Raquel75 es el apodo bajo el
que se oculta la identidad de una mujer de 36 años, morena y ojos
oscuros, extrovertida y amable, que vive en Madrid, cuyo perfil
aparece en la agencia de contactos Ashley Madison, especializada en
ofrecer a sus miembros, casados o comprometidos, la posibilidad de
una aventura. Ella estuvo casada durante diez años, después de un
noviazgo que describe como "clásico" con el primer chico del que se
enamoró. Relata a El País Semanal que tuvo un episodio breve
de infidelidad sexual que ocultó antes de contraer matrimonio. "No
dije nada por temor a perder a mi pareja". Posteriormente, antes de
la separación, ella estableció relaciones con hombres casados.
"Oculté la infidelidad porque pensé que de nada serviría contarlo.
Con ello haría que mi marido perdiese la confianza en mí y que la
situación se volviera más insostenible". Dice que su percepción
sobre las emociones y el sexo ha cambiado. "Antes pensaba que
buscaba en un hombre el aspecto más sentimental, pero hoy por hoy,
me interesa más el sexo". Y manifiesta que, en algunos casos, una
infidelidad puede reforzar los lazos de una pareja. "Algunos hombres
me han dicho que mi relación con ellos les ha servido para afianzar
su matrimonio. A veces una infidelidad hace que te des cuenta de lo
que tienes en tu casa y que no quieres perderlo". También afirma que
"hay personas que quieren a su pareja, pero son infieles porque
necesitan otra cosa. La aventura no les cambia ni para bien ni para
mal".
En su libro Unhitched Stacey desgrana algunos fascinantes
estudios precisamente sobre cómo se percibe la infidelidad entre
parejas de homosexuales en Los Ángeles. Describe la formada por un
irlandés, Shawn O'Conner, inmigrante de una familia tradicional
católica, y Jake Garner, afroamericano e ingeniero informático
nacido en una familia heterosexual acomodada, felizmente casada y
activista de los derechos civiles. Ambos se conocieron en 1993, en
un pic-nic, y formaron una pareja estable durante 14 años en
Silverlake (California). Su carácter es el de alguien divertido,
inteligente, con una personalidad persistente, y sobre todo, que
concibe el compromiso y la palabra dada. La exclusividad sexual es
una consecuencia de ese compromiso. "La monogamia significa que le
dices a tu amante que vas a compartir tu vida solo con él, y que le
has elegido para ser esa persona. El sexo por sí solo no es tan
importante y no sirve para consolidar una relación. Es mucho más que
eso". En contraste, Jake adoptaba, según Stacey, un papel más
masculino, capaz de separar el sexo del amor, y su interés por la
ciberpornografía dejaba hecho polvo a su compañero. En 2008 Stacey
supo que la pareja había puesto fin a su relación un año antes, por
culpa de una infidelidad de Jake. Fue Shawn el que la escribió
comentando que aunque Jake quería continuar la relación pese a sus
infidelidades, él ya no podía. De una relación monógama, admite
Shawn, se pasó a la ruptura, y finalmente a otra relación monógama
con otra persona.
"En mi investigación he encontrado que hay gais que son muy
rígidos y monógamos con sus compañeros", asegura esta investigadora.
"Hay parejas tolerantes con relaciones muy establecidas, sin que eso
implique exclusividad sexual. Conozco a parejas que llevan 25 o 30
años juntas, y que han permitido ocasionalmente a sus parejas tener
aventuras sexuales esporádicas sin que amenace su compromiso". Pero
la monogamia extendida a lo largo del tiempo no suele ser la norma
entre las comunidades homosexuales, advierte. "En conjunto, son los
gais los que tienen el índice más bajo. Y probablemente se debe más
a que son hombres que homosexuales". Stacey, que ha participado en
marchas de apoyo al movimiento homosexual para respaldar la adopción
por parte de parejas del mismo sexo, está convencida de que, en
líneas generales, los gais son más promiscuos (y por consiguiente
más infieles) precisamente porque a los hombres les gusta tener más
compañeros sexuales que a las mujeres.
Claro que, ¿es la monogamia normal y habitual también en la
comunidad heterosexual, si atendemos a las cifras y los estudios de
Albert Kinsey? La respuesta tendría que ser no, si atendemos a un
hecho singular: la infidelidad es una fuente de ingresos nada
despreciable. La agencia Madison Ashley comenzó su andadura en
Canadá hace un década. Según la empresa, cuenta con más de diez
millones de miembros en todo el mundo y facturará 38 millones de
euros este año (en España, tras un año de funcionamiento, ha logrado
350.000 miembros, el 64% hombres y el 36% mujeres, que permitirán
unos ingresos estimados de cuatro millones de euros).
"Mi previsión", indica su fundador, el canadiense Noel Biderman,
"es que podremos alcanzar los veinte o veinticinco millones de
miembros a finales de 2012". Primera matización importante:
cualquiera dispuesto a pagar puede ingresar. No hay requisitos
previos, por lo que sería erróneo catalogar de infieles a todos sus
miembros. En cualquier caso, a Biderman se le ha acusado de fomentar
la infidelidad. Se defiende argumentando que siempre ha estado ahí:
no se convence a una persona a que sea infiel mediante una
publicidad, aunque su empresa haya llegado a anunciarse con fotos
del presidente Clinton, el príncipe Carlos de Inglaterra, y el rey
Juan Carlos, con el lema de que lo que tenían en común era que
"deberían haber usado sus servicios".
"Uno no va a poner en riesgo su relación, su matrimonio o sus
hijos por un anuncio. Tomas la decisión (de tener una aventura)
porque tu vida no funciona". Biderman cree que la oportunidad y la
infidelidad se rozan. Hace cuarenta años, una mujer norteamericana
corría muchos riesgos si quería tener una aventura en su pueblo,
donde todo el mundo se conocía. Ahora, basta con pulsar unas cuantas
teclas para facilitar la aventura mediante una plataforma de
Internet, sin poner en riesgo el matrimonio o el puesto de trabajo.
"Nadie es inmune para comportarse potencialmente de una manera
infiel". Admite que la red puede estar detrás del aumento de la
infidelidad, pero señala que, paralelamente, en la cultura de los
países occidentales, los divorcios crecen en número. El matrimonio
está en crisis. Los engaños se multiplican.
Biderman lo llama la tormenta perfecta para la infidelidad. "No
voy a decir que el matrimonio se ha colapsado, pero tenemos ahora
mucha menos fe en él. Si hace cuarenta años la tentación se hubiera
cruzado en nuestro camino, pensabas: estoy casado, no puedo hacerlo.
Ahora, si se vuelve a cruzar, crees que hay bastantes probabilidades
de que tu matrimonio no vaya a funcionar, así que es mejor disfrutar
ahora y pensar en las repercusiones más tarde. Es un cambio que se
ha producido en la mayoría de nosotros".
Infidelidad y adulterio viene a ser casi lo mismo. De acuerdo con
Stephen Fife, las mayores religiones del mundo, el catolicismo, el
islam, el protestantismo..., tienen reglas específicas sobre la
fidelidad matrimonial, y señalan implacablemente a la mujer como la
principal culpable.
La ley islámica castiga severamente la infidelidad: se necesitan
cuatro testigos masculinos para establecer una condena. Escribe este
investigador: "Las mujeres islámicas que han sido infieles debido a
un embarazo son castigadas, a menudo por lapidación y flagelación,
pero los hombres son dejados libres a menudo por falta de pruebas.
Irán, Pakistán, Arabia Saudí y Yemen castigan el adulterio con la
muerte".
El adulterio abona terreno legal para el divorcio en países como
Estados Unidos, Rusia, Canadá, Israel y Polonia. Una aventura sexual
en primera plana es la mayor amenaza para la psique de un político
norteamericano, por el miedo a la reacción de los votantes. Incluso
aunque sea virtual. "Algunas esposas creen que la infidelidad por
Internet es tan real y dañina como el tener una aventura cara a
cara", asegura Fife. El excongresista americano Anthony Weiner tuvo
que renunciar a su escaño en el congreso americano el pasado junio
por haber intercambiado fotos en calzoncillos en las que se sugería
una erección. Y Bill Clinton estuvo a punto de perder la presidencia
por mentir bajo juramento sobre una infidelidad suya con una
becaria. El adulterio ha destruido la imagen, y quizá la carrera, de
uno de los mejores golfistas de la historia, Tiger Woods.
Para Stacey, los escándalos sexuales son una fuente de conflicto
muy útil para que los políticos regionales y líderes religiosos
estadounidenses ganen adeptos, votos, poder y dinero, aunque a
escala nacional el efecto se diluye. Y los medios norteamericanos,
afirma, "están obsesionados con el sexo". La sociedad estadounidense
es un poco "esquizofrénica", donde sobreviven los extremos:
radicales que se alimentan constantemente de imágenes sexuales y
autoridades rígidas que reprimen el sexo sin más.
En España, la infidelidad ha tenido una trayectoria
diferente. Un político puede tener una amante o una inclinación
sexual, pero la prensa seria tradicionalmente relega el asunto al
ámbito de lo privado. Según Pablo José Abascal, profesor de Derecho
de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, hoy en día "no hay causa
para romper el matrimonio, hay una libertad absoluta. No hay
culpable o inocente". Pero arrastramos un pasado lleno de
prejuicios. En la era de la dominación romana, y gracias a una ley
nupcial establecida durante el reinado del emperador Augusto que
limitaba la libertad sexual de las romanas, la infidelidad pasó a
ser considerada un delito grave, y sobre todo, público. Había que
proteger el patrimonio de las familias, y animar a las romanas a
tener más hijos para proporcionar más soldados para la guerra. "No
había natalidad suficiente, y las romanas tampoco se querían
comprometer", explica Abascal, autor de una obra La infidelidad y
el adulterio en España, editada por la Universidad de Córdoba.
Ellas conocían bien las prácticas abortivas. Antes de la ley de
Augusto, escribe este experto, el adulterio podría conllevar la
muerte de la adíltera si esta era sorprendida in fraganti,
pero solo a instancias de la familia. No era un delito perseguible
con una pena pública. "La infidelidad también producía una
disgregación del patrimonio en la época romana". Los siglos
posteriores y el cristianismo proyectaron el adulterio como un
crimen merecedor de escarnio público. Hasta que dejó de ser delito
en 1978, con la Constitución española.
¿Ha fracasado la monogamia? No esté tan seguro. Eche un
vistazo a los primates más próximos a nosotros: ¿forman parejas
estables los chimpancés, los gorilas? La respuesta es un no rotundo.
En el mundo hay casi 7.000 millones de seres humanos, frente quizá a
150.000 chimpancés, y puede que 50.000 gorilas (junto con unos
centenares de gorilas de montaña). El éxito de la pareja como
estrategia reproductiva es indiscutible.
El prestigioso antropólogo Owen Lovejoy, de la Universidad
estatal de Kent en Ohio (Estados Unidos), describe, para el ser
humano, un fenómeno fascinante, la monogamia serial: un cambio de
pareja tras un notable periodo de tiempo. Admite que nuestro
comportamiento "matrimonial" es un producto de la cultura, pero
advierte que en nosotros anida una inclinación genética a establecer
parejas. ¿Por qué? Los seres humanos y los primates nos hemos hecho
más longevos, y en la evolución, el tiempo entre el nacimiento de
una cría y la siguiente se ha espaciado cada vez más. Cada cría
supuso una inversión valiosísima. Y los pequeños maduran lentamente.
En esta situación, "dos padres, incluso aunque uno esté menos
implicado, son mucho mejor que uno", relata Lovejoy en un correo
electrónico. "Con los primeros humanos, la contribución del macho
fue liberar a la hembra de sus tareas para que se centrase en los
hijos, buscando activamente alimentos para ella". Lo que no implica
que, en el pasado remoto, los primeros humanos estuvieran a salvo de
infidelidades y engaños. ¡Ni mucho menos! "Para ella, el
emparejamiento perfecto sería copular con el macho que tuviera el
mayor éxito reproductivo de todo el grupo, aunque no fuera su
pareja. De esta forma, su descendencia heredaría los atributos
biológicos causantes del éxito del padre auténtico, a pesar de que
sus hijos los cuidara otro macho, su compañero actual".
Ser infiel trae sus ventajas, siempre que no se descubra el
engaño, advierte este antropólogo; de otra manera, ella no recibiría
esos valiosos cuidados. Lovejoy acude a la analogía con los cucos,
que ponen sus huevos en nidos ajenos para que sean otros padres
quienes los cuiden. Y ocurre ahora. Una sentencia de la Audiencia
Provincial de Valencia dictada en 2004 relata el caso de una mujer,
Adela, denunciada por su ex-marido, Carlos, de una alta posición
económica, por ocultarle la verdadera paternidad de tres de sus
cuatro hijos menores durante seis años, después de contraer
matrimonio en 1987. Todo empezó tras conocer Carlos la relación
extraconyugal de su esposa. Ambos solicitaron la separación por
mutuo acuerdo en 2002. Pero Adela exigió una prueba de paternidad
para demostrar que los tres hijos no eran suyos, sino de su amante,
Francisco, con el que venía manteniendo relaciones años atrás.
Carlos la denunció entonces por daños morales y los gastos
acarreados por la manutención y educación de los que había creído
eran sus hijos. En palabras de Abascal, "se le concedió una
indemnización de 100.000 euros basada en que la relación paterno
filial había durado mucho en el tiempo, y los menores eran ya
mayores de edad cuando se descubrió el tema".
La infidelidad no implica la destrucción automática de la
pareja. Paradójicamente, puede consolidarla. "Mi conclusión es que
habría que redefinirla", afirma Stacey, volviendo sobre lo que
significa ser fiel en muchas de las parejas que ha investigado. La
integridad de una pareja consiste en dar fe de unas reglas que no
necesariamente tienen que ser únicas y universales para las demás.
"Creo que el principio general es que la gente es diferente en
cuanto al sexo, en sus deseos sexuales, en la tolerancia o no, en
ser exclusivos o no exclusivos. Tienes que negociar con tu pareja.
He conocido hombres para los que se rompería todo por culpa de una
aventura sexual. Otra pareja fue monógama durante cinco años, la
llama se extinguió, y se concedieron permiso para buscar relaciones
sexuales fuera con la regla de que tienes que decírmelo, tengo que
saberlo. Otra pareja tenía la regla de compartir y traerse los
amantes a casa, y otra, la política de no preguntes, no me lo digas,
la de puedes hacerlo pero si no quieres romper la relación no quiero
saber nada". La monogamia, concluye Stacey, puede ser tan válida
como otras opciones, siempre que el acuerdo sea mutuo.