Los vecinos del país más secretista del planeta no se ponen de
acuerdo sobre el número de armas nucleares que el régimen norcoreano
ha fabricado –entre seis y doce bombas atómicas- ni sobre la
capacidad de sus misiles para hacerlas explotar contra una gran
ciudad. Pero el nerviosismo cunde solo al imaginar que el botón
nuclear pueda estar al alcance de un inexperto tan inmaduro como Kim
Jong-un, el hijo del fallecido Kim Jong-il al que tanto el régimen
como China ya han ratificado como heredero.
La decisión del régimen de alterar su fecha de nacimiento -de
enero de 1983 a enero de 1982- para envejecerlo un año,
cuando lo presentó en sociedad en octubre de 2010, no ha hecho más
que empeorar su imagen. Oficialmente, Kim Jong-un cumplirá 30 años
el próximo enero, cuando comienza el año en que, según la última
campaña de propaganda del Partido del Trabajo, la única formación
política existente en el país, Corea del Norte “se convertirá en una
nación fuerte y próspera”.
El periódico surcoreano Joongang informaba el lunes,
antes de que se anunciara la muerte de Kim Jong-il, que Pyongyang
había comunicado a Washington que estaba dispuesto a considerar la
suspensión de su programa de enriquecimiento de uranio. Esta medida
facilitaría la tercera ronda de negociaciones entre EE UU y Corea
del Norte que debía de celebrarse el próximo jueves en Pekín y que
ahora impide el luto oficial declarado hasta el 29 de diciembre.
En los últimos meses, los expertos surcoreanos habían percibido
la ansiedad del régimen por garantizarse la ayuda alimentaria masiva
de EE UU desde el comienzo de 2012. De ahí, esa disposición, ahora
truncada, de aceptar la exigencia de Washington de paralizar el
moderno programa de enriquecimiento de uranio. El régimen reconoció
que tiene funcionando 2.000 centrifugadoras después de invitar al
científico estadounidense y experto nuclear Siegfried Hecker a
visitar las instalaciones, a finales de 2009.
Hecker encendió todas las alarmas. A su vuelta a Washington,
pidió cita en la Casa Blanca para contar que se había quedado
“atónito” por lo avanzada que era la nueva central nuclear
norcoreana. La consecución de uranio enriquecido permite fabricar
bombas mucho más potentes que las que Corea del Norte había
fabricado hasta entonces, procedentes de obtener plutonio del
combustible utilizado en una central nuclear, incluidas las de uso
civil.
En las conversaciones mantenidas la semana pasada en Pekín por el
enviado estadounidense para asuntos humanitarios de Corea del Norte,
Robert King, y el director general de América del Norte del
Ministerio de Exteriores norcoreano, Ri Kun, se dejó entrever un
cambio en la actitud de Pyongyang. Su principal objetivo era la
consecución de 20.000 toneladas mensuales durante un año de galletas
y barritas de cereales enriquecidos con vitaminas para complementar
la escasa dieta de sus 24 millones de habitantes. Confiaba, además,
en que si Washington se comprometía a suministrar esta ayuda, otros
países también acudirían, con lo que podría cumplir su programa de
convertir al país en “una nación fuerte y próspera”.
A cambio –aunque nadie lo ha confirmado, ni habla abiertamente de
ello- aceptaba la suspensión del programa de enriquecimiento y un
posterior retorno a la mesa de negociación a seis bandas –EE UU,
China, Rusia, Japón y las dos Coreas-.
Esas negociaciones a seis bandas son consideradas por todas las
partes como fundamentales y ya dieron fruto: en la primavera de
2008, los norcoreanos derribaron la torre de refrigeración de la
central nuclear del Yongbion. Fue el último compromiso cumplido del
acuerdo para el desmantelamiento de su programa nuclear, alcanzado
en esas negociaciones multilaterales, que saltaron por los aires con
el grave infarto de miocardio sufrido por Kim Jong-il ese verano.
El régimen trató de ocultar la debilidad de su líder y la de todo
el sistema con la ruptura del acuerdo, el fin de las negociaciones y
la exigencia a los inspectores del Organismo Internacional de la
Energía Atómica de que retiraran los precintos y las cámaras de
vigilancia de la central de Yongbion.
Ahora, la súbita muerte del llamado Querido Líder
-cuando en los últimos meses había experimentado una notable
mejoría, que le permitió viajar a Rusia y China para familiarizar
al heredero Kim Jong-un con los grandes aliados del régimen- puede
provocar una vuelta al oscurantismo más severo y el fin de toda
pretensión de apertura para que no sea interpretada como debilidad.
O lo que es peor, desatar una desestabilizadora lucha de poderes.
No es de extrañar el nerviosismo de los vecinos. La inesperada
muerte de Kim Il-sung en 1994, en pleno proceso de acercamiento a
Corea del Sur, destrozó las esperanzas de reunificación de decenas
de miles de familias separadas desde el final de la guerra
(1959-1953); dejó que la incipiente hambruna se cebara en la
población causando cientos de miles de muertos y utilizó la carta
nuclear –la primera explosión subterránea fue en 2006 y la segunda
en 2009- para aterrorizar al mundo.
Kim Jong-il se estuvo preparando para la sucesión en el trono
comunista durante dos décadas y llegado el momento no supo
superar su propia paranoia y hundió aún más a su país en la miseria
y el aislamiento. Kim Jong-un, ni tan siquiera ha tenido tiempo de
prepararse. La evidencia de que su padre no se restablecería
totalmente tras el infarto de 2008, exigió la búsqueda de un
heredero, adoptado finalmente –Jong-un es el tercer hijo de Kim
Jong-il- a principios del año pasado.
Los expertos confían en que al régimen le quede algo de cordura
para seguir manteniendo el botón nuclear en poder del alto mando
militar. Al menos, los que han llegado a generales subiendo el
escalafón –Kim Jong-un no ha hecho ni tan siquiera el servicio
militar obligatorio, pero fue nombrado en septiembre de 2010
teniente general- tienen una mayor experiencia del horror de la
guerra y se lo pensarán dos veces antes de desatar una nuclear.