A todos nos pasa alguna vez perder los estribos y decir alguna
barbaridad. Ahora bien: provocaremos, sin haberlo pensado, daño,
enojo y confusión en nuestros hijos. Nos hemos fijado en un artículo
reciente que nos ayuda a analizar los errores más comunes en la
manera en que hablamos a nuestros hijos, e intentaremos dar
alternativas más suaves.
"Déjame en paz"
Cuando decir esto se convierte en rutina y lo escuchan en todo tipo
de situaciones, los chicos pueden interiorizar que no sirve de nada
hablar con nosotros; pueden llegar a recluirse en sus pensamientos,
volverse introspectivos o ausentes. Una opción válida es negociar:
si estamos ocupadas en la cocina, o con prisa para acabar algo,
deberíamos proponer un trato del tipo: "Ahora estoy terminando esto,
es importante, dame 15 minutos y me cuentas todo"."Eres
tan..."
Las etiquetas son caminos cortos que fijan el caracter de los niños.
Imaginemos ejemplos como: "¿por qué eres tan desordenada?", "No
quieres jugar con Juan, ¡qué mala persona eres!". Estos comentarios,
de forma repetida, se incrustan en la forma de ser de los chicos,
cuya personalidad se está construyendo. Probemos
mejor a reprobar el comportamiento, separando de su carácter. Por
ejemplo, "Eso que has hecho es un poco malo, ¿cómo podemos
mejorarlo?"
"No llores"
O: "no estés triste", "no seas bebé", "no hay que tener miedo".
Intentamos siempre que no sufran, pero cortar el sentimiento de tajo
(como obligación) no ayuda mucho. A mí me parece más útil intentar
entender la raíz del problema, con el niño o niña. Quizá mediante
preguntas a las que puedan responder "sí" y "no". Intentar
verbalizar el problema, para ellos, es darles las armas para que
aprendan a expresar sus frustraciones o miedos.
"¿Por qué no te pareces un poco a tu hermana/o?"
Las comparaciones son, en verdad, odiosas. Y si, no hay hermano,
¿cuántos de nosotros no habremos escuchado de niños "Mira lo bien
que se porta el vecino, el primo, etc."? Eso duele.
"Eso lo sabes hacer mejor"
Cuando se equivoca, cuando tira algo al suelo o derrama el zumo,
quizá no es esta la manera de reforzar su autoestima. La frase puede
tener otras formas ("Oh, no, ¡lo hiciste de nuevo!"), pero el
mensaje subliminal es que el niño es un desastre. Podría suceder que
el error, el daño, lo haya hecho a propósito para llamar la
atención, por tanto no deberíamos darle importancia. Pero si trataba
de hacer algo "adulto" y ayudar, lo ideal sería darles el refuerzo
necesario para que la próxima vez les salga mejor, ¿no?
"Para ya o te daré un motivo para llorar de verdad"
Ese tipo de cosas las escuchaba yo de niña. Casi todos los padres y
madres somos culpables de amenazar, a veces de modo inconsciente.
Pero una amenaza de, por ejemplo, dar una cachetada, es algo que no
queremos cumplir de verdad.
"Espera a que llegue papá"
Esto equivale a dejar la disciplina o la charla instructiva en manos
de la persona que no está en casa. La autoridad no puede descansar
en solo uno de los dos progenitores, y si es la madre la que pasa la
mayor parte del tiempo con ellos, se desautoriza sola. ¿Para qué la
van a obedecer, si el que habla en serio aún no ha llegado?
"¡Date prisa!"
Obligarnos a no imponerles la prisa de estar, por ejemplo, saliendo
tarde para el colegio, siendo un poco más organizados y minimizando
la ansiedad, seguro que nos ayudaría a salir todos más relajados a
nuestras obligaciones diarias. Sobre todo, si el niño ya está en
edad de vestirse solo, no es conveniente presionar. A pesar de que
tenemos que confesar haberlo dicho ¡más de una vez!
"¡Gran trabajo!" o "¡Buena chica!"
Sin duda este el más raro. ¿Por qué no reconocer sus
logros? El problema está en que si lo hacemos demasiado a menudo, el
efecto del 'reconocimiento' o premio se diluirá y no servirá
para reforzar, sino para confundir. Personalmente, me gusta
reconocer especialmente una cosa: cuando ayudar en casa sale de
ellos mismos, sin tener que ponerles la obligación.
Y es que el lenguaje, en el que a veces reparamos poco, es un
arma de doble filo, que de manera silenciosa moldea las mentes de
nuestros niños.