Rusia podrá buscar petróleo y gas en aguas territoriales sirias durante los próximos 25 años. Los Gobiernos de Moscú y Damasco han firmado un acuerdo energético que dejará en manos rusas la perforación, extracción y desarrollo de un posible yacimiento ubicado en el mar Mediterráneo oriental, donde ya se han detectado grandes bolsas de gas natural en aguas de Chipre y entre esta isla e Israel.
Se trata del primer permiso de explotación offshore que Siria da a un país extranjero y se lo entrega a su máximo aliado, la nación que sigue siendo protectora del presidente Bachar el Asad, que bloquea las condenas a su régimen en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que se niega a aplicar la política internacional de sanciones, manteniendo sus lazos comerciales —especialmente los armamentísticos— tan robustos como siempre.
Suleiman Abbas, el ministro del Petróleo sirio, explicó en rueda de prensa que la explotación se desarrollará en un espacio de 2.190 kilómetros cuadrados entre Banias y Tartus.
En esta última ciudad costera es, además, donde Rusia mantiene su última base militar en el país, clave para asistir a su Armada camino del mar Negro. La empresa concesionaria del proyecto es Soyuzneftegaz, controlada por el Banco Central de Rusia y cuyo presidente es el exministro de Energía Yuri Shafrakin. Ya tiene diseñado un plan de actuación en dos fases: la de investigación, topografía y prospección, por valor de 15 millones de dólares (casi 11 millones de euros), y la de perforación, unos 75 millones (54,5 millones de euros).
El coste del proyecto variará en función de las reservas que se encuentren. Incluirá también la formación de todo el personal. La agencia oficial de noticias siria SANA ha explicado que los trabajos pueden comenzar de inmediato, pero que pasarán años hasta que se implemente todo el proyecto. «Es un gran desafío», reconoce el ministro.
«Y una prueba de las buenas relaciones que mantenemos», completó el embajador ruso en Damasco, Azamat Kulmuhametov. Soyuzneftegaz, con inversiones en Irak y Uzbekistán, ya tenía concesiones desde 2012 en territorio sirio, donde ha abierto dos pozos que por ahora no han dado petróleo alguno.
Este nuevo proyecto, confirmó el ministro Abbas, llevaba meses negociándose. No dio una razón clara de por qué se impulsa ahora, cuando una inversión tan compleja y elevada precisa de un alto grado de estabilidad, hoy lejano, con un conflicto de fondo de casi tres años y cifras cercanas a los 125.000 muertos.
Se puede entender, entonces, como un intento de Moscú de reforzar su tutela y su poder político sobre Damasco, de mostrar a la comunidad internacional que seguirá a su lado en las negociaciones de paz que el 22 de enero comenzarán en Ginebra (Suiza), de apuntalar el frente común frente a los opositores.
Como explica la web Syria Report, una publicación especializada en la economía del país, «es una manera para Rusia de capitalizar su apoyo político a Siria», una simbiosis entre geoestrategia, economía y política.
Para Siria, más allá del espaldarazo internacional de su aliado, supone un balón de oxígeno, una vía para recibir dinero y hacer frente al agujero que en sus arcas están dejando las sanciones sobre su mercado petrolero, un sustento importante de la economía patria.
Antes de la revolución tornada en guerra, Siria producía 370.000 barriles por día —un 0,4% del abastecimiento global—, y exportaba menos de 150.000, en su mayor parte hacia Europa. Esa producción, con el veto, ha bajado un 90% desde marzo de 2011.
En el caso del gas, ha pasado de 30 a 16,7 millones de metros cúbicos por día. Son datos aportados por France Presse citando fuentes oficiales. Las infraestructuras sirias del petróleo y el gas han sufrido un importante daño con el conflicto, con conducciones, refinerías y trenes afectados por los combates entre el Ejército y los rebeldes armados. Fuente: ElPaís