La vieja Plaza de la Revolución de Managua cobra vida estos días.
Decenas de obreros trabajan día y noche acondicionando la plaza para
la investidura el martes de Daniel Ortega, y la posterior
celebración “popular” con la que el exguerrillero sandinista
pretende agasajar a sus simpatizantes.
Se trata de la tercera investidura de Ortega como presidente de
Nicaragua —la segunda consecutiva—, esta vez
cuestionado por haber violado la Constitución para repetir
mandato y
haber arrasado en unas elecciones plagadas de irregularidades, a
decir de observadores locales y de la Unión Europea. La elección de
la vieja Plaza de la Revolución para estos actos es clave: el lugar
es el símbolo del sandinismo porque en ella miles de nicaragüenses
celebraron la caída de la dinastía somocista en 1979. Y para Ortega,
aquella revolución aún continua vigente con él como principal
impulsor.
Al mandatario nicaragüense apenas se le ha visto en público desde
las elecciones del 6 de noviembre. Los días posteriores a los
comicios habló prometiendo estabilidad y más tarde participó en
eventos religiosos que impulsa su esposa y primera dama Rosario
Murillo, encargada de demostrar la devoción y religiosidad del
Ejecutivo sandinista ante en país mayoritariamente católico. El
silencio de Ortega ha despertado todo tipo de especulaciones,
incluyendo las de una supuesta enfermedad que lo hace volar
periódicamente a Cuba para tratarla. El hermetismo del círculo de
Ortega y sus asesores hace imposible conocer los planes del
exguerrillero de cara a su nuevo mandato, y la primera dama maneja
con celo una política de comunicación oficial que consiste en no dar
información a la prensa crítica, catalogada de derecha e
imperialista por el Ejecutivo.
“Todos los días cuando amanecemos le damos gracias al Señor,
gracias a la Virgen y nos comprometemos a ser mejores, a que el
amor, el cariño, la solidaridad reine en nuestras familias y entre
todos vayamos poniendo piedras para que Nicaragua construya ese
edificio de fraternidad, de cristianismo, socialismo y solidaridad”,
dijo el jueves Murillo en declaraciones a medios del Gobierno. La
primera dama se limitó a dar información escueta de lo que serán las
celebraciones de investidura, a las que están invitados, entre
otros, el príncipe Felipe, Hugo Chávez y el presidente de Irán,
Mahmud Ahmadineyad.
Nicaragua, mientras tanto, sigue expectante. Muy pocos se
arriesgan a plantear escenarios de lo que le depara a este país
centroamericano cinco años más de Ortega en el poder. Arturo Grigsby,
economista y director del Instituto de Investigación y Desarrollo
Nitlapan de la Universidad Centroamericana, en Managua, afirma que
no habrá cambios drásticos en la forma en que Ortega ha gobernado el
país los últimos cinco años. Grigsby asegura que se mantendrá un
gobierno populista, que impulsará políticas sociales ( clientelistas
según la oposición)
financiadas por la cooperación petrolera de Hugo Chávez, valorada en
2010 en más de 500 millones de dólares, un 7% del PIB nicaragüense.
Esa cooperación ha permitido al Gobierno impulsar proyectos
asistenciales que benefician a los segmentos más pobres: láminas de
zinc para barrios marginales, pasaje del autobús subvencionado,
pequeñas casas de carácter social adquiridas a bajas tasas de
interés, animales de corral para los pequeños productores,
eliminación de los cobros en los sistemas públicos de Salud y
Educación. Y, lo que significa un gran alivio para Nicaragua, la
desaparición de los molestos apagones que eran dramáticos para la
sociedad y el sector productivo.
Ortega, continúa Grigsby, mantendrá sus excelentes relaciones con
el sector privado, que ve en el caudillo sandinista una garantía de
estabilidad para sus negocios. El llamado gran capital nicaragüense,
principalmente el sector financiero y productivo, mantiene reuniones
constantes con el mandatario y sus asesores, aunque tímidamente
critican el cierre de espacios democráticos en Nicaragua. “Ese ha
sido en la práctica el estilo de negociación que se dio en el primer
periodo de Ortega, en el que el Frente no tenía todo el control
político del aparato estatal, y no creo que hayan cambios drásticos
al respecto”, dijo Grigsby.
La gran interrogante que se plantea en Nicaragua está más
relacionada a aspectos políticos. Tras el resultado de las
presidenciales de noviembre, que no es aceptado por la oposición, el
Frente Sandinista de Liberación Nacional obtuvo 63 escaños en la
Asamblea Nacional, una mayoría arrasadora para impulsar sin
contratiempos la agenda política del mandatario. Y para algunos
analistas, esa agenda está encabezada por los deseos de Ortega de
mantenerse
en el poder sin roces con la Constitución. El mandatario, por lo
tanto, exigiría a sus diputados una reforma constitucional que
elimine las trabas que limitan el ejercicio del poder en Nicaragua,
las mismas que Ortega se saltó para poder participar en las
elecciones. Con una oposición vapuleada, que apenas cuenta con 26
diputados, estas reformas son casi seguras.
Es precisamente la oposición, hasta ahora incapaz de ponerse de
acuerdo, la que debe desarrollar una agenda que conecte más con la
gente. Eduardo Montealegre, diputado opositor y excandidato
presidencial, asegura que como minoría están dispuestos a negociar
con el sandinismo, para obtener puestos clave dentro de los poderes
del Estado y denunciar los abusos que se cometan desde el Ejecutivo.
Para los analistas, sin embargo, la oposición debe estar
permanentemente en las calles, ahora que no cuentan con fuerza en el
Congreso.