CONOCE TODO SOBRE RUPERT
MURDOCH
Cuando Rupert Murdoch llegó a Londres hace ahora una
semana para salvar su imperio mediático, aún tenía el aspecto de
bucanero que le ha hecho famoso. Desafiante como en los viejos
tiempos a sus 80 años, se dio el gusto de pasearse entre los
fotógrafos con la niña de sus ojos, Rebekah Brooks, quizás con el
único objetivo de lanzar un mensaje: ¿Cuál es su prioridad?, le
preguntaron. "Esta es mi prioridad", dijo, señalando a la consejera
delegada de News International y exdirectora del News of The World y
The Sun.
Una semana después, Rebekah Brooks se ha visto forzada a dimitir;
su antecesor en News International y hasta el viernes hombre fuerte
en The Wall Street Journal, Les Hinton, también ha tenido que
pedir la cuenta; el propio Rupert Murdoch y su hijo James han tenido
que dar marcha atrás y aceptar a regañadientes la exigencia de los
Comunes de que se presenten el martes a declarar ante la comisión de
Cultura; el magnate ha tenido además que reunirse a toda prisa con
la familia de la niña Milly Dowler para expresarles el
arrepentimiento y vergüenza que tiene después de que uno de sus
periódicos pinchara el móvil de su hija cuando había desaparecido,
un arrepentimiento que ha tardado bastante más de una semana en
incubar; y Murdoch firma de puño y letra el mensaje de disculpa que
ayer publicaba la prensa británica bajo el inmenso epígrafe We
are sorry, lo sentimos.
Todo eso, mitad marcha atrás forzosa y mitad campaña de
relaciones públicas, se suma a la catástrofe económica de haber
tenido que cerrar el News of The World y renunciar, al menos
por un tiempo, a la compra del 100% de las acciones de BSkyB.
Murdoch está acostumbrado a afrontar grandes crisis. Quienes las
han vivido o padecido dicen que es entonces cuando mejor se
desenvuelve, ideando golpes de mano que sorprenden a sus adversarios
para dejarlos a su merced. Pero esta vez Murdoch ha dado sólo un
golpe de timón que ha cogido al mundo por sorpresa: el cierre del
News of The World. Y dicen que no fue idea suya, sino de su hijo
James, señalado antes de esta crisis como su heredero.
Pero, unos días después, aquella decisión parece cada vez más un
terrible error de cálculo. Primero, porque si la idea era cerrarlo
para quedar bien y acabar ampliando a siete días la edición de
The Sun, esa opción parece ahora un plan insensato por cínico.
Y, segundo, porque el cierre del News of The World no solo no
ha amansado a las fieras sino que más bien han acrecentado su
apetito: los dioses quieren más sacrificios. Y sacrificios humanos.
Los han tenido: Rebekah Brooks y Les Hinton. Su marcha deja a James
Murdoch en primera línea de fuego. Quizás descabalgado para siempre
de la carrera por la sucesión. "James y Rebekah han jodido la
compañía", asegura el periodista Michael Wolff que dijo el viernes
por la noche Elisabeth Murdoch, la hija mayor de Rupert, en una
fiesta. Columnista del Vanity Fair y ensayista, Wolff conoce
muy bien los entresijos de Murdoch como autor que fue de una de las
biografías más celebradas del magnate, The man who owns the news
(El hombre que es dueño de las noticias).
El futuro del imperio de Murdoch depende de dos cosas: de cómo
acaben las investigaciones políticas y judiciales que se han abierto
sobre las escuchas del News of The World tanto en Reino Unido
como en Estados Unidos y del impacto que esas investigaciones tengan
en la opinión pública.
Cuando Murdoch comenzó a levantar su imperio -primero ampliando
el negocio de su padre en Australia, luego entrando a saco en el
mercado británico de la mano de The Sun, News of The World
y The Times, y finalmente en Estados Unidos (Fox, The New
York Post, The Wall Street Journal/Dow Jones)-, lo que
pensara la opinión pública se la traía bastante al fresco. Pero esta
semana, aquel Murdoch parece haber muerto y haber sido sustituido
por un hombre avejentado y dubitativo. Un hombre que parece tentado
a deshacerse de su imperio editorial británico para concentrarse en
el mercado televisivo, más provechoso y con más futuro.
Pero, ¿puede alguien imaginar a Murdoch sin diarios? Michael
Wolff asegura en su biografía que el magnate australiano tiene muy
poco de sentimental. Que le encantan los ambientes canallas de
periodistas enganchados a la botella, el tabaco y las mujeres y
detesta el ambiente profiláctico y sereno de las oficinas del
Journal, pero que eso no le impidió ser lo bastante pragmático
como para trasladar el Sun y el News of The World
desde el histórico cuartel general de Bouverie Street a Wapping. O
llevar al New York Post desde la South Street infestada de
ratas a las oficinas de News Corporation en la Sexta Avenida.
Murdoch y los tabloides parecen cosas inseparables el uno de los
otros. "Para Murdoch, la palabra tabloide significa inmediatez,
agudeza, eficiencia y emoción; es noticia en su forma más visceral y
poderosa de entretenimiento", escribe Wolff. Todo lo opuesto a lo
que piensan los elitistas redactores de The Wall Street Journal,
que hicieron todo lo posible en 2007 para impedir que la familia
Brancoft le vendiera el negocio y que identifican tabloide con la
vulgaridad de personajes famosos y cotilleo, con falsas noticias,
con "una enfermedad del periodismo moderno, un virus extendido sobre
todo por el propio Murdoch".
Decir Murdoch es decir The Sun y es decir News of The
World. Por mucho que Rupert Murdoch pueda despreciar la
arrogancia británica, la pompa de su sistema político o su
sarcástico sentido del humor inteligente, la realidad es que el gran
público británico, los obreros de cuello azul que empiezan el
día comiendo huevos con bacon y lo acaban bebiendo cerveza,
incorporaron esos dos diarios a su vida cotidiana. Y a él le
hicieron rico.
"Los tabloides se convirtieron en los medios más poderosos,
ofreciendo las grandes noticias, marcando la agenda, eligiendo
políticos, cambiando la cultura", escribe Michael Wolff. "Poner en
cuestión esos medios significa quedarse al margen. Cuestionar ese
modelo es como convertirse en un intelectual hablando contra la
televisión o un padre de los años sesenta alertando de los peligros
del rock and roll. El éxito es la justificación de los medios (un
precepto clave de Murdoch). Es imposible sobreestimar hasta qué
punto el éxito de The Sun ha transformado incluso la idea de
Murdoch sobre lo que es un tabloide. Cree que ha encontrado el
secreto. Más aún, con márgenes de beneficio del 60% y el 70%, The
Sun se convierte en la parte más significativa de su negocio y
lo seguirá siendo durante casi 20 años. Le da también una enorme
base de poder en Reino Unido. The Sun se convierte en una de
las fuerzas clave de la transformación de la propia Gran Bretaña.
Cambia también al propio Murdoch, haciéndole comprender la
inmensidad de sus propias ambiciones".
Esa simbiosis que Murdoch encontró con la clase obrera británica
no funcionó en el mercado estadounidense, en el que desembarcó en
los primeros años setenta con la idea de imponer el mismo formato
tabloide que en Reino Unido. Pero mientras en Gran Bretaña son los
hombres los que compran el diario en el kiosco antes de ir a la
fábrica en transporte público, en Estados Unidos son las mujeres
quienes lo compran en el supermercado, al que llegan en coche a
media mañana. Y los tabloides de Murdoch están pensados para
hombres.
El Post fracasa, pero Murdoch lo recupera a principios de
los 90 y mantiene el formato que a él le gusta. Se acaba
convirtiendo en un éxito de público, el segundo diario más vendido
de Estados Unidos, pero en un fracaso comercial: los anunciantes
buscan a un público de clase media con aspiraciones que el Post
no les ofrece. Pero Murdoch no solo mantiene ese modelo en el
Post, sino que acaba exportándolo a la televisión a través de
Fox.
"En última instancia, Murdoch cree que lo que distingue a lo que
hace él y el periodismo de las clases elitistas no es una cuestión
de periodismo, sino de territorio. Las llamadas élites tienen un
monopolio que no quieren perder. Y la manera de dejarle a él fuera
de ese territorio es decir que no tiene lo que hay que tener, que no
sabe cómo hacer ese trabajo, que va a arruinar al vecindario",
explica Wolff.
Lo que la gente de The Wall Street Journal, como antes les
había ocurrido a los periodistas de The Times de Londres, más
temía de Murdoch es su irrefrenable tendencia al intervencionismo en
las labores editoriales. "La diferencia estructural es que es él
quien lleva la redacción. Si trabajas para Rupert, haces lo que él
quiere. Estás sometido a Rupert. Le hacen llegar el diario allí
donde esté en cualquier lugar del mundo, saca su bolígrafo rojo
-igual que antes hacía su padre con él- y empieza a poner cruces en
las noticias que no tenían que haber sido publicadas, hace un
círculo en torno a una foto y con una flecha señala dónde tenía que
haber sido colocada, marca un titular que tenía que haber ido en dos
líneas y no en una, y así con todo", relata el autor de su
biografía.
Murdoch ve a los periodistas como funcionarios que son necesarios
pero que no son capaces de darse cuenta de cuál es el cuadro general
de las cosas. Son débiles por naturaleza, autocomplacientes, con
tendencia a despilfarrar el dinero de la empresa. A su juicio hay
dos tipos de periodistas: los que admiten las muchas limitaciones
que tienen -a fin de cuentas, muy pocos conocen lo complicado que es
el negocio del que viven- y los que creen que conocen sus
limitaciones y que se creen importantes y que tienen razón. "Cree
que la gran debilidad de los diarios como el Journal o The
New York Times es que creen que su razón de ser está más
relacionada con la respetabilidad que con las necesidades de sus
lectores y de sus propietarios", sintetiza Wolff. Quizá la
más cruel de las paradojas es que al final ha sido The Guardian
de Londres, tan elitista o más que sus dos colegas neoyorquinos, el
que ha acabado llevando al periodismo tabloide de Murdoch contra las
cuerdas.
Michael Wolff relata que quienes han trabajado con él creen que "Murdoch
es impredecible porque tiene algo de espectral". "Casi nunca está
físicamente en la redacción, pero siempre se siente su presencia. Y
le gusta presentarse sin avisar y pasearse como si fuera un don
nadie, sin llamar la atención. Murdoch se cuela como un fantasma. Se
mueve sigilosamente entre nosotros sin ninguna fanfarria. He oído
decir que esa es su arma más letal, su capacidad para aparecer
delante tuyo y asustarte a plena luz del día", cuenta Piers Morgan,
el que fuera director del News of The World. Fuente
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