LA BRUJERÍA
Brujería es el conjunto de
creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos a
ciertas personas llamadas brujas (existe también la forma masculina,
brujos, aunque es menos frecuente) que están supuestamente dotadas
de ciertas habilidades mágicas que emplean con la finalidad de
causar daño.La creencia en la brujería es común
en numerosas culturas desde la más remota antigüedad, y las
interpretaciones del fenómeno varían significativamente de una
cultura a otra. En el occidente cristiano, la brujería se ha
relacionado frecuentemente con la creencia en el Diablo,
especialmente durante la Edad Moderna, en que se desató en Europa
una obsesión por la brujería que desembocó en numerosos procesos y
ejecuciones de brujas (lo que se denomina "caza de brujas"). Algunas
teorías relacionan la brujería europea con antiguas religiones
paganas de la fertilidad, aunque ninguna de ellas ha podido ser
demostrada. Las brujas tienen una gran importancia en el folclore de
muchas culturas, y forman parte de la cultura popular.
Si bien éste es el concepto más
frecuente del término "bruja", desde el siglo XX el término ha sido
reivindicado por sectas ocultistas y religiones neopaganas, como la
Wicca, para designar a todas aquellas personas que practican cierto
tipo de magia, sea esta maléfica (magia negra) o benéfica (magia
blanca), o bien a los adeptos de una determinada religión.
Un uso más extenso del término se
emplea para designar, en determinadas sociedades, a los magos o
chamanes.
Terminología: brujería,
hechicería, magia
Aunque en español se utiliza en
ocasiones la palabra brujo, en masculino, como sinónimo de mago, con
independencia del tipo de magia que practique, el uso más frecuente
del término (casi siempre en femenino) hace referencia a las
personas que practican la magia negra. Incluso dentro de éstas,
Julio Caro Baroja propone diferenciar entre brujas y hechiceras. Las
primeras habrían desarrollado su actividad en un ámbito
predominantemente rural y habrían sido las principales víctimas de
las cazas de brujas en los años 1450-1750. En cambio, las
hechiceras, conocidas desde la antigüedad clásica, son personajes
fundamentalmente urbanos: un ejemplo característico en la literatura
española es la protagonista de La Celestina de Fernando de Rojas. A
diferencia de los practicantes de la magia culta, que alcanzó gran
desarrollo en el Renacimiento, tanto la bruja rural como la
hechicera urbana pertenecían en general a clases sociales
marginadas, lo que las hacía más vulnerables a las persecuciones. Se
cree que las artes de brujas y hechiceras eran transmitidas
oralmente de generación en generación, por lo que todos los
testimonios acerca de sus prácticas proceden de autores ajenos y muy
a menudo hostiles a ellas.
La palabra española bruja es de
etimología dudosa, posiblemente prerromana, del mismo origen que el
portugués y gallego bruxa y el catalán bruixa. La primera aparición
documentada de la palabra, en su forma bruxa, data de finales del
siglo XIII. En 1396 se encuentra la palabra broxa, en aragonés, en
las Ordenaciones y Paramentos de Barbastro.
En el País Vasco y en Navarra se
utilizó también el término sorguiña (en euskera sorgin), y en
Galicia, la voz meiga.
En latín, las brujas eran denominadas
maleficae (singular maléfica), término que se utilizó para
designarlas en Europa durante toda la Edad Media y gran parte de la
edad moderna. Términos aproximadamente equivalentes en otras
lenguas, aunque con diferentes connotaciones, son el inglés witch,
el alemán Hexe y el francés sorcière.
La Antigüedad clásica
En las antiguas Grecia y Roma, estaba
extendida la creencia en la magia. Existía, sin embargo, una clara
distinción entre distintos tipos de magia según su intención. La
magia benéfica a menudo se realizaba públicamente, era considerada
necesaria e incluso existían funcionarios estatales, como los
augures romanos, encargados de esta actividad. En cambio, la magia
realizada con fines maléficos era perseguida. Se atribuía
generalmente la magia maléfica a hechiceras (en latín maleficae), de
las que hay numerosas menciones en numerosos autores clásicos.
Según los textos clásicos, se creía
de estas hechiceras que tenían la capacidad de transformarse en
animales, que podían volar de noche y que practicaban la magia tanto
en provecho propio como por encargo de terceras personas. Se
dedicaban preferentemente a la magia erótica, aunque también eran
capaces de provocar daños tales como enfermedades o tempestades. Se
reunían de noche, y consideraban como sus protectoras e invocaban en
sus conjuros a diosas como Hécate, Selene y Diana.
Probablemente las brujas más
conocidas de la literatura clásica son dos personajes mitológicos,
Circe y Medea. Las habilidades mágicas de ambas residen sobre todo
en su dominio de las pócimas o filtros mágicos (phármakon, en
griego). Medea, que se presenta a sí misma como adoradora de Hécate,
se convirtió en el arquetipo de la hechicería en las literaturas
griega y romana. Hay menciones de brujas en las obras de Teócrito,
Horacio, Ovidio, Apuleyo, Lucano y Petronio, entre muchos otros.
Estos autores hacen especialmente referencia a brujas que realizan
magia de tipo erótico.
Relacionada con la creencia
grecorromana en las brujas está la figura de la estirge, un animal
nocturno que es mitad pájaro mitad ser humano que se alimenta de
sangre (y que resulta también un precedente de la moderna figura del
vampiro).
Los escritores antiguos fueron a
menudo escépticos acerca de las presuntas facultades de las brujas.
La brujería en el Antiguo
Testamento
En el Antiguo Testamento,
concretamente en el Éxodo, se prohíbe la brujería, y se establece
que debe ser castigada con la pena de muerte: "A la hechicera no la
dejarás que viva" (Éxodo 22:18). Es de notar que, al igual que en la
Grecia y Roma clásicas, la brujería aparece como una actividad
mayoritariamente femenina, lo cual no es de extrañar, ya que la
asociación de la mujer con "el Mal" es frecuente en la Biblia.
De otras citas bíblicas (Levítico
20:27, Deuteronomio 18:11-12), se desprende que la principal
actividad de estas brujas bíblicas era la necromancia o invocación a
los muertos. En el Primer Libro de Samuel (1Samuel 28:1-25 se relata
la historia de la bruja de Endor, a la que Saúl, contraviniendo sus
propias leyes, recurrió para invocar al espíritu de Samuel antes de
una guerra con los filisteos.
Brujería y cristianismo
Si bien la actitud del cristianismo
con respecto de algunas prácticas mágicas, tales como la astrología
o la alquimia, fue en ciertos momentos ambigua, la condena de la
brujería fue explícita e inequívoca desde los comienzos de la
religión cristiana. En la Alta Edad Media varias leyes condenaron la
brujería, basadas tanto en el ejemplo del derecho romano como en la
voluntad de erradicar todas aquellas prácticas relacionadas con el
paganismo. Sin embargo, la actitud eclesiástica no parece haber sido
demasiado beligerante durante la primera mitad de la Edad Media,
como lo atestiguan documentos como el Canon Episcopi.
La situación cambió cuando la Iglesia
comenzó a perseguir las herejías cátara y valdense. Ambas concedían
una gran importancia al Demonio. Para combatir estas herejías fue
creada la Inquisición pontificia en el siglo XIII. En el siglo
siguiente comienzan a aparecer en los procesos por brujería las
acusaciones de pacto con el Diablo, el primer elemento determinante
en el concepto moderno de brujería.
Fuente
EL KARMA FAMILIAR A TRAVÉS DE
LA NUMEROLOGÍA
¿QUÉ ES LA TASEOGRAFÍA?
¿QUIÉN FUÉ HERMES TRIMEGISTO?
LA MAGIA EGIPCIA
LA MAGIA SEXUAL
¿QUIÉN FUÉ SAN JUAN BAUTISTA?
SUPERSTICIONES PARA LA VERBENA
DE SAN JUAN
¿QUÉ ES EL VUDÚ?
¿QUÉ ES LA MACUMBA?
LA ALQUIMIA CHINA
LA NUMEROLOGÍA
SIGNIFICADO DEL SÁBADO SANTO Ó
SÁBADO DE GLORIA
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