CÓMO ES EL DUELO DESPUÉS DEL
SUICIDIO DE UN SER QUERIDO
Como seres humanos nos cuesta
aceptar que somos mortales, y cada vez que la muerte nos golpea,
parece como si fuera la primera vez. Cada duelo es único. No hay
jerarquías en el mundo del dolor. Cada uno vive su duelo a su
manera. El proceso dependerá de las
relaciones afectivas previas con el difunto, de las circunstancias
de la muerte y de la forma de ser del que se queda.
Dependiendo de cada caso, el “trabajo
de duelo” que es necesario realizar será más o menos difícil, más o
menos largo.
Cuando se trata de un suicidio, se
ponen en juego determinadas circunstancias que pueden llevar a la
persona en duelo hacia dificultades particulares.
La muerte parece que ha hecho trampa:
se ha llevado a alguien a quien todavía no le había llegado la
hora. Se trata de una muerte para la cual uno generalmente no
se ha podido preparar y en la que el propio fallecido es el autor.
El suicidio se vive como una trasgresión de las leyes naturales, una
trasgresión estigmatizada desde antiguo por la sociedad, las leyes y
las religiones.
La persona en duelo se
va a ver inmersa en una situación especialmente agotadora.
Agotadora porque no comprende, porque duda incluso que haya podido
ser así, porque se rebela contra Dios o contra el destino, contra el
hecho mismo del suicidio. Agotadora porque se siente culpable “si lo
hubiera sabido, si me hubiera dando cuenta, si…si…si…”. Se puede
sentir también asediada en cualquier momento por las imágenes
traumáticas de la muerte. Quizás no encuentre tampoco en su entorno
la ayuda que hubiera recibido de tratarse de una muerte por
accidente o enfermedad.
Me siento
aplastada por un inmenso dolor
El suicidio de un ser querido provoca
un estado de shock emocional, especialmente si no existía ningún
indicio de que pudiera ocurrir.
Este estado puede durar horas, días,
incluso más tiempo.
“Es como si me hubiera
caído el mundo encima, como si el mundo se hubiera parado. Me siento
como anestesiada, como si esto no me estuviera pasando a mí”
No es posible por el momento asimilar todo el dolor, toda la carga
de emociones.
Esta muerte tan repentina, tan
dramática, tan violenta sumerge durante un tiempo en un estado de
intensa perturbación a todas las personas cercanas al fallecido.
El suicidio es vivido como un
autentico seísmo. Pero pasado esos primeros momentos, estas
reacciones perfectamente naturales y compresibles, darán paso al
trabajo de duelo, un tiempo largo y doloroso, pero también
necesario.
No
comprendo lo que ha pasado
Todo suicidio tiene su parte de
misterio.
Para comprender a la persona que se ha suicidado tendríamos que ser
ella. Y ni siquiera en ese caso, ya que ni ella misma sería
seguramente consciente de la causa profunda, incluso secreta de su
sufrimiento.
Todo lo que podemos decir es que se
ha suicidado porque estaba en un estado de sufrimiento tal que la
vida se había vuelto intolerable. Para poner fin al sufrimiento,
para que éste cesara, no encontró otra solución que quitarse la
vida.
Querer comprender más allá, solo
sirve para torturarse, es hacerse preguntas que corren el riesgo de
no encontrar jamás una respuesta. La crisis suicida puede tener
varios significados; obedece a varias causas, es evolutiva y se vive
en lo más íntimo de la persona.
Admitir que la persona que se
ha suicidado se ha llevado con ella su parte del misterio, y que más
que juzgarla, se trata de esforzarse en aceptar que no podremos
nunca comprenderlo todo.
Poder mantener hacia ella nuestro
aprecio y nuestro amor es superar ya una etapa, y es una señal de
que el duelo evoluciona adecuadamente.
Quiero
reunirme con él
Si después de la muerte de un ser
querido es frecuente sentir deseos de reunirnos con él, en caso de
suicidio esto es particularmente cierto.
La persona en duelo está en un estado
de gran sufrimiento. El que ha muerto nos ha indicado con su
conducta que existe una “puerta de salida” a la angustia. Nos ha
mostrado de alguna manera un ejemplo que podemos estar tentados de
seguir.
Es frecuente encontrar en uno mismo
semejanzas con la persona fallecida; tenemos tendencia a
identificarnos con ella: “nos parecemos tanto”. Hemos podido estar
tan unidos a esa persona, que pensamos que no podremos vivir sin
ella. Estos sentimientos suelen ser un terreno abonado para que
crezcan en nosotros ideas suicidas.
Estos deseos no tienen nada
de excepcional. No tienen que asustarnos. Suele ser habitualmente
una fase temporal dentro del camino del duelo que ira cediendo poco
a poco con el paso del tiempo.
Después de un suicidio no nos
identificamos solamente con aspectos negativos de la persona
fallecida, podemos también hacer nuestros ciertos rasgos físicos y/o
cualidades morales del que ya no está. Es una de tantas maneras de
conservar los recuerdos y prolongar la historia de la familia.
No
puedo creerlo
“¡No, no es verdad, no, no es
posible!”
La primera actitud ante la
muerte es el rechazo. Esta es una reacción universal y normal.
¿Podemos aceptar el suicidio?
¿Cómo no vamos a rechazarlo con todas nuestras fuerzas? Hasta muchos
años después, en determinados momentos, nos puede resultar todavía
difícil de creer: “¿no habrá sido
solamente una pesadilla?”
Pero por otro lado, es imposible
negar la terrible realidad. La posibilidad del suicidio puede
resultar a veces insoportable, y podemos aferrarnos a otras
hipótesis, sobretodo cuando las circunstancias de la muerte nos
pueden hacer pensar en un accidente o en un homicidio.
En algunas personas, el rechazo de la
realidad del suicidio no cede con el tiempo, se agrava y puede
llegar a convertirse en un estado de negación permanente. El
trabajo de duelo se bloquea y puede aparecer una depresión
prolongada y otras complicaciones.
El rechazo y la negación hay
que respetarlos entendiéndolos como signos de un gran sufrimiento.
Normalmente van cediendo con el paso del tiempo.
Siento
mucha rabia
El suicidio provoca rabia. Es
normal sentirse enfadado, enfadado con el destino “es injusto
morir así”, enfado hacia todos aquellos que consideramos de
alguna manera responsables, enfado hacia la sociedad, a veces hacia
Dios “¿cómo ha podido permitir semejante
tragedia?”
La rabia y el enfado pueden
dirigirse también hacia el propio fallecido. El suicidio puede
vivirse como una traición, como una falta de amor, como una falta de
responsabilidad, como una debilidad: “Cómo
ha podido hacer esto”.
La rabia es una reacción
habitual en el duelo después de un suicidio. Si no nos permitimos
vivir hasta el final este sentimiento cuando aparece, corremos el
riesgo de que surja de nuevo más adelante complicando el duelo.
La rabia suele aparecer mezclada con
otros sentimientos como la pena, el amor, el apego. Por eso la
persona en duelo suele buscar la manera de reprimirla, de taparla,
al considerarla “inadecuada”, cuando en realidad es una emoción
normal y en absoluto reprochable.
Tengo
miedo
El suicidio, aunque haya habido
señales previas de alerta, es vivido por los allegados como una
verdadera hecatombe: “Me siento totalmente
abrumado, descorazonado por lo que ha pasado”
Cuando un adolescente se
suicida, sus padres temen por sus hermanos, como si el suicidio
fuera de alguna manera contagioso. El miedo a que pase otra
desgracia es frecuente: ¡estamos viviendo
un drama y podría ocurrirnos otro!
Los hijos que han perdido a sus
padres por suicidio tienen a veces miedo de llegar a hacer lo mismo
que ellos cuando tengan su misma edad.
Cualquier duelo importante y
especialmente después de un suicidio, puede menoscabar nuestra
confianza en la vida y en el futuro:
¡ahora puede pasar cualquier cosa!
Con cada dificultad que
aparece, la persona en duelo suele tender a esperar lo peor. Con el
paso del tiempo este miedo a vivir se va atenuando.
Siento vergüenza
Aunque casi todas las religiones
reprueban el hecho del suicidio, ya no condenan como antes a la
persona que se suicida. En oro tiempo, quitarse la vida era
considerado una trasgresión de las leyes sociales y religiosas.
Desde los orígenes de la humanidad el
suicidio ha sido considerado como una mala muerte,
creándose distintos rituales de purificación para el grupo social.
En la Iglesia Católica, los funerales
para personas que se habían suicidado están admitidos desde 1963. La
justicia tampoco fue mucho más indulgente, hasta la revolución
francesa se acostumbraba a infringir al cuerpo del suicidado una
especie de segunda muerte. Aunque hoy en día estas
costumbres han cambiado, las actitudes que había detrás han dejado
su huella.
Todo esto muestra que existe un
halo de vergüenza que rodea al hecho del suicidio. Esto puede
contribuir a que la familia, en un entorno muy conmocionado por esta
muerte, no encuentre todo el apoyo que hubiera podido necesitar.
Esto solo puede contribuir a hacer el duelo más difícil si cabe.
Afortunadamente nuestra manera de
pensar va evolucionando, cada vez se habla más de lo que hasta hace
poco no era más que un tabú, y la manera como nuestra sociedad mira
el suicidio se va liberando poco a poco de los lastres del pasado.
Si hubiera...
“Me siento culpable de no haberme
dado cuenta, de no haber sido capaz de percibir alguna señal de
alarma, de no haber estado presente en el momento oportuno…”
Los sentimientos de
culpabilidad suelen ocupar una gran parte de las vivencias de
cualquier persona en duelo. Son más intensas cuando se trata de una
muerte por suicidio, y todavía más intensas si cabe cuando se trata
de una persona joven.
Es frecuente dejar de lado todos los
buenos recuerdos, así como todo lo que hemos hecho de bueno y
positivo por esa persona.
Es perfectamente natural que no se
nos pase por la cabeza la posibilidad del suicidio cuando una
persona cercana está pasando por un mal momento, y menos todavía si
no lo menciona para nada.
Solo a posteriori podremos encontrar
sentido o explicación a palabras y comportamientos de la persona
fallecida, que de ninguna manera hubieran podido ser interpretados
de la misma manera en aquel momento.
Ha dejado de sufrir
A menudo el suicidio ocurre después
de un tiempo, a veces muy largo y agotador, de dificultades de todo
tipo, tanto para la persona que se suicida como para su familia y
allegados. Otras veces el suicidio ocurre de manera brutal e
imprevista, haciendo el duelo especialmente difícil.
Las dificultades previas pueden ser
muy variadas, pero en general suelen ser consecuencia de una
enfermedad, frecuentemente una depresión.
El suicidio de una persona depresiva,
a menudo después de varias tentativas más o menos graves, es una
experiencia muy dolorosa y desgarradora, pero que suele acompañarse
también de un sentimiento de al menos ahora ya no sufre más, que ya
ha descansado. .
Todos los que han vivido y sufrido
con él y por él tanto dolor, experimentan también un sentimiento de
alivio con la muerte. Es un sentimiento generalmente difícil de
aceptar en su propio corazón, y especialmente difícil de expresar
delante de otros. Este sentimiento de alivio puede aumentar también
la culpabilidad.
Es normal sentir alivio
después de cualquier experiencia difícil. Eso no significa un
menosprecio a la persona fallecida, simplemente deja constancia de
que lo vivido ha sido especialmente duro.
Cuánto sufro
“Este sufrimiento es tan intenso,
tan profundo. Sufre mi cuerpo, mi corazón, mi alma, todo mi ser
sufre. Es natural que me duela, le quería tanto”
“Me siento vacía, agotada, todo
se me hace un mundo; cualquier cosa me exige un esfuerzo para en que
no tengo fuerzas. No tengo apetito, no consigo dormir bien…”
Este dolor tan intenso, aunque es
normal, resulta muy duro de llevar en el día a día.
Este cansancio y esta sensación de
agotamiento se suman al propio sufrimiento por el dolor de la
pérdida y constituyen lo que se llaman síntomas depresivos del
duelo. En todo duelo importante hay que atravesar por esta fase
depresiva. Esta suele ser más intensa y prolongada después de una
muerte por suicidio.
“Físicamente me encuentro
cada día peor y no encuentro sentido a mi vida”.
En esta situación no es raro descuidar la propia salud, enfermarse
con más facilidad, incluso tener ideas negras.
Guardarse todo para uno no es la
mejor solución en estos momentos. Desahógate, llora, grita … Deja
que las emocionen salgan, no las pares, que digan lo que tiene que
decir, déjalas salir hasta que te vaya pudiendo el cansancio,
descansa entonces.
Al luchar contra el
sufrimiento solo consigues aumentarlo y prolongarlo. Es mejor no
resistirse al dolor, abandonarse a él.
Después de una muerte por suicidio
suele ser necesario algún tipo de ayuda para poder superar esta fase
de depresión.
Algún soporte profesional puede ser
de gran ayuda, incluso si existe un buen apoyo de la familia,
amigos, etc. En algunos casos también puede valorarse como necesario
la ayuda de medicamentos.
Nadie puede comprenderme
Después del suicidio de un ser
querido un doloroso sentimiento de soledad se puede ir apoderando
poco a poco de nosotros. Los más cercanos tienen tendencia a
replegarse sobre ellos mismos y a vivir la enorme pena que sienten
en familia, desligándose sin darse cuenta de la vida social que
llevaban hasta entonces.
Otros familiares, los amigos, los vecinos no saben muy bien qué
hacer, qué decir.
Sin embargo suele ser
reconfortante encontrar personas que te demuestran su preocupación y
su deseo de ayudarte sin ni siquiera habérselo pedido. Hasta parece
que esas ocasiones todo sea más fácil.
La mayoría de las veces las personas
quieren ayudar pero no saben cómo. No se atreven, tienen miedo de
herirte, y terminan muchas veces por no hacer ni decir nada.
Es bueno que aprendamos a pedir
ayuda. “Mi familia y mis amigos no se negarían a ayudarme si les
necesito”
Aceptar una invitación para salir y distraerse suele resultar
difícil, especialmente al principio: pasar un rato agradable puede
vivirse como una traición hacia la persona muerta. Pero
estos encuentros nos suelen hacen bien:
“en algunos momentos tengo necesidad de dejarme cuidar, de rodearme
de afecto”
El suicidio es una forma de violencia
El suicidio es una violencia extrema.
La persona que se suicida ejerce sobre si misma una violencia que
destruye su cuerpo, maltratando su imagen, su identidad.
Inconscientemente ejerce también violencia en las personas que ama,
infringiéndoles una herida profunda e imborrable.
Tenemos que vivir con esta violencia
que parece se haya quedado grabada en nosotros. Si hemos encontrado
el cuerpo, y especialmente si este estaba lesionado o desfigurado,
nos pueden asaltar imágenes traumáticas. Estas imágenes pueden
aparecer también aunque solamente nos hayan relatado lo sucedido.
Estas imágenes, que pueden aparecer
igualmente en los sueños, constituyen a veces un obstáculo en la
evolución del duelo. Cada vez que pensamos en la persona que se ha
suicidado estas imágenes irrumpen en nuestro pensamiento y en
nuestro corazón. Solamente con el paso del tiempo, y si hemos podido
hablar de ello, otros pensamientos y recuerdos más felices irán
sustituyendo a éstos.
Es necesario llegar a poner palabras
a estas imágenes traumáticas y si es posible expresarlas a una
persona de confianza para poder avanzar adecuadamente por el camino
del duelo.
¿Para qué una investigación si todos
sabemos que se ha suicidado?
En este tipo de muertes el juez suele
ordenar una investigación. Esto podemos vivirlo como un dolor
añadido.
Esta investigación permite saber con
certeza las causas de la muerte, precisar las circunstancias que la
rodearon y eliminar otras posibles hipótesis.
En las semanas siguientes pueden
surgir muchas preguntas, a veces incluso de manera obsesiva. Le
damos vueltas a lo que pasó justo antes de la muerte y nos pueden
asaltar las dudas. El resultado de la propia investigación suele
disiparlas.
La presencia de la policía no es
indicativa de ninguna sospecha, su labor es simplemente reunir las
pruebas materiales y los testimonios que permitan conocer mejor las
circunstancias personales y administrativas relacionadas con el
suicidio.
El cuerpo de su ser querido tiene que
ser trasladado a un servicio de medicina forense para que se le
realice un examen o una autopsia. El cualquiera de los dos casos se
trata de un examen médico donde prima siempre el máximo respeto al
cuerpo de la persona fallecida. Estos exámenes son también
necesarios para confirmar las causas de la muerte y permiten
asimismo apreciar la existencia de posibles enfermedades.
Pasadas unas semanas después del
deceso el médico forense podrá gracias a las pruebas realizadas
responder a todas sus preguntas.
Dónde encontrar ayuda
Frecuentemente el suicidio esta
rodeado de un halo de silencio. No sientes ganas de hablar de ello y
percibes que las demás tampoco quieren que se les hable sobre lo
sucedido.
Y sin embargo
HABLAR TE SIRVE DE DESAHOGO.
¿Con QUIEN
hablar, pues?
La actitud más natural sería hablar
primero con la propia familia, con aquellos que sentimos más
cercanos. A veces esto no es posible, bien porque existen tensiones
o conflictos anteriores, o bien porque cada uno busca de alguna
manera con su silencio proteger a los demás.
Podemos hablar entonces con un amigo
de confianza, alguien que pensemos que pueda escucharnos con interés
y delicadeza, sin juzgarnos ni a nosotros por lo que decimos y
sentimos, ni tampoco a la persona fallecida.
Podemos también hablar con un médico
de confianza. El nos escuchará y podrá orientarnos, si es necesario,
hacia algún especialista. También podemos hablar con un sacerdote o
acompañante espiritual.
Existen también asociaciones que se dedican a
escuchar, acoger y acompañar a personas que sufren la pérdida de un
ser querido. Están formadas por profesionales y voluntarios
especialmente preparados para escucharnos y orientarnos en el
proceso de duelo.
No lo olvidaré nunca... la vida continua
En otro tiempo, el duelo y el luto
venían en gran parte determinado por convencionalismos sociales. Hoy
en día, las costumbres y los rituales en torno a la muerte están
desapareciendo dificultando la vivencia del duelo. Esto hace que
muchas familias tengan que encontrar su propio camino. Dejemos pues
tiempo al tiempo.
La duración del trabajo interior del
duelo es variable. El duelo después de un suicidio puede durar años.
Sus particularidades multiplican los
obstáculos que podemos encontrarnos. Podemos sufrir todavía bastante
durante el segundo y tercer año, incluso más tarde, y esto no tiene
nada anormal. No sería una razón suficiente para considéralo como un
duelo patológico, se trataría simplemente de un duelo más difícil.
Progresivamente la carga afectiva va
disminuyendo; no olvidamos lo que ha ocurrido pero el tiempo va
haciendo su papel. El dolor se va calmando. Ocurre lo mismo que con
una herida, ésta cicatriza muy lentamente. Pero la cicatriz también
queda, y nos puede molestar de vez en cuando. Así se explica porque
a veces nos duele, especialmente en aniversarios y celebraciones, o
simplemente cuando miramos una foto o una prenda de vestir. Pero
ahora, cuando evocamos a nuestro ser querido, el dolor es más suave,
es más como una nostalgia honda.
Y se va haciendo posible
volvernos de nuevo hacia la vida, iniciar poco a poco nuevas
relaciones, nuevos apegos. Amar otra vez la vida no quiere decir
olvidar al otro.
Conjugando los recuerdos con las
realidades del momento, el presente y el futuro se enriquecen con la
evocación del pasado.

Fuente
EL DUELO
Y LA PÉRDIDA EN LA ADOLESCENCIA
¿QUÉ ES EL DUELO?
REACCIONES HABITUALES LUEGO DE
LA MUERTE DE UN SER QUERIDO
CONSEJOS PARA SOBRELLEVAR EL
DOLOR DE LA MUERTE DE UN SER QUERIDO
CÓMO AYUDAR A ALGUIEN QUE HA
PERDIDO UN SER QUERIDO
EL DUELO Y LA PÉRDIDA EN LOS
NIÑOS
CÓMO SUPERAR EL SUICIDIO DE UN
SER QUERIDO
LA MUERTE DE UN HIJO Y COMO
AFECTA EN LA PAREJA
CUÁNDO PEDIR AYUDA TRAS LA
MUERTE DE UN SER QUERIDO
LINKS DE AYUDA PARA SUPERAR LA
PÉRDIDA Y MUERTE DE UN SER QUERIDO
CÓMO SUPERAR LA MUERTE DE UN HIJO
Compartir este articulo : | | | | |
|