Tiene una distancia de frenado 40,4
m, una aceleración 6,4 s, su velocidad máxima es de 243 km/h. Sin
percepción del ruido exterior a una velocidad de 200 km/h.
Por lo visto, a la hora de comprar un
Phantom de más de 400.000 euros se tienen en cuenta otros criterios
diferentes a la idoneidad para su uso diario o el espacio para
aparcar dentro de la ciudad. Sin embargo, tras recorrer unos cuantos
metros el Phantom nos descubre el motivo de su existencia. Si se
tratara de un ser humano, estaría por encima de todas las cosas,
todas las cosas terrenales. Y esto se transmite a su estilo de
conducción.
Llegar al destino no es el
objetivo
El gentío de la calle no consigue
llegar al interior del habitáculo y el ajetreo de un tráfico en hora
punta queda reservado para los demás. La expresión "preferencia
integrada" despliega todo su significado: la preferencia de paso no
se otorga, sino que el resto de los conductores la dan por asumida.
No de forma tímida o con expresión de fastidio, sino de manera
natural. Uno se sorprende intuyendo una cierta sensación de
compasión, aunque no se advierte ningún indicio claro.
Tiene un motor extremadamente
silencioso, con dirección sorprendentemente directa (nerviosa).
Confort limitado a baja velocidad (suspensión neumática). Incorpora
un botón boot con el que las puertas traseras se cierran
desde dentro con tan sólo pulsar un botón.
Si echamos un vistazo al cuadro de
mandos, nos sorprendemos al comprobar que la velocidad no supera los
50 km/h y que la tranquilidad comienza a invadirlo todo. El objetivo
continúa estando lejos y eso es bueno. El tiempo pasa a un segundo
plano y la propia conducción también.
Los semáforos en rojo se convierten
en una oportuna parada y uno disfruta del momento mirando a su
alrededor. La vista se desliza por encima de los refuerzos
de cuero de los bordes de los asientos y, a decir verdad, el volante
es lo más bonito de la historia del automovilismo. Las filigranas
del "brazo de la dirección" llaman la atención, el reloj central
analógico oculta en gran medida la pantalla del navegador, el cual
se percibe como un elemento perturbador procedente del mundo
exterior y que comparte la misma suerte que el excelente equipo de
sonido.
Las fotos hacen justicia al coche y
las mediciones también. Sin embargo, la cuenta corriente no lo hace.
Uno se descubre estudiando la cotización de la bolsa y se pregunta
en secreto qué aspecto tiene el salón de la persona que se puede
permitir el lujo de conducir un Phantom. Y le entran ganas de
preguntarle a la mujer si eso de la búsqueda de piso puede esperar,
ya que en la parte delantera seguro que aún hay sitio para una ducha
y para la máquina de espresso; en la parte de atrás podríamos
disfrutar del cielo estrellado, incluso en días lluviosos. Esto
debería convencerla.
Conclusión
Tras tres días de pruebas, uno está
contento de tener que devolver el coche, aunque cuando nos paramos a
pensar en el sentido que tendría un coche de este tipo en nuestras
propias vidas, los pensamientos comienzan a dar paso a la locura.
Sin embargo, una cosa está clara: con la entrada en el mercado del
Rolls Royce Phantom existirá un coche que nadie necesita, pero que
aun así cumple una finalidad: hacer feliz a su propietario. En
realidad, todos deberíamos tener uno.